MÉXICO –. ( AGENCIALAVOZ.COM ) Debajo de un puente, a la orilla de las vías del tren, improvisan sus camas, el comedor e incluso una sala con todo y chimenea, ayudándose con pedazos de cartón y todo cuanto pueden. Se trata de migrantes centroamericanos que, en busca del sueño americano, cambian sus casas por un espacio en la calle, y todo por la ilusión de tener una vida mejor.
A medio camino
Decenas de hombres y mujeres dejan todos los días Guatemala, Honduras, El Salvador o Nicaragua y luchan por llegar a la frontera sur de México. Suman 300,000 centroamericanos los que atraviesan por año el territorio mexicano en su paso hacia Estados Unidos.Tan sólo la dependencia guatemalteca encargada de la migración reportó que durante 2008, México deportó a 78,247 centroamericanos, y en 2009 la cifra ya superaba a mitad de año los 33,000.
De Chiapas a Tabasco, de Tabasco a Veracruz y de ahí al Estado de México, es así como llegan a “Los Patios de Lechería”, punto obligado en su camino al país que alberga a unos 12 millones de indocumentados.Todo este recorrido, y el restante hasta la frontera norte de México, lo hacen en trenes de carga --aproximadamente cinco--, a los cuales abordan de manera clandestina y andando, lo que según la organización Humanidad sin Fronteras puede provocarles graves accidentes como pérdida de sus extremidades e incluso la muerte.A menos de una hora de distancia de la capital mexicana y prácticamente a la mitad de su recorrido, un grupo de migrantes centroamericanos platicó a Univision.com sus experiencias en un viaje en el que llevan casi todos ellos más de 20 días.Una enorme feWilliam, de 25 años, salió de Honduras por la situación económica. “El país de nosotros es muy pobre”, aseguró, y aunque le duele mucho dejar a su familia --sobre todo por que hace dos años su hermano murió en el intento de llegar a Estados Unidos—él se ha encomendado a Dios para correr con mejor suerte.“Voy por la voluntad de Dios, y a ver cómo hago para pasarme (…) Dios nos guarde en este camino”, dijo confiado.Harry comparte esta enorme fe con William. A sus 20 años, Harry dejó Honduras en busca de “un mejor trabajo y una mejor economía”, pues su mujer tiene siete meses de embarazo. “Es la decisión más dura, dejar a la familia –dijo agachando la mirada—. No me da miedo, tengo la fe en mi Dios que no me de miedo y estoy seguro de que voy a llegar”, concluyó.Acostada sobre una cama de cartones y cubriéndose hasta el rostro con una frazada, al fondo se hallaba una mujer. Como su cara, no quiso revelar su nombre; sus sentimientos, sin embargo, sí los compartió a Univision.com.
Sin rostro, pero con dolor
Dejó Honduras porque "no hay trabajo", además de que aseguró que en su país priva un elevado nivel de violencia. Emprendió este viaje junto a su esposo, con quien no sólo comparte la aventura, sino el dolor. Sus tres hijas se quedaron en casa, al cuidado de la abuela. “Quisiera decirles que las quiero mucho, y que me hacen mucha falta”, aseguró la entrecortada voz debajo de la frazada.
Tal vez por su corta edad, Juan Diego extraña mucho a su familia. “Me gustaría saludarlos, regresar allá”. Con 17 años, salió de Honduras porque “allá pagan muy poco”. "Unas cien lempiras no alcanzan para nada. Allá todo, todo está muy caro y la moneda muy devaluada", sostuvo.Conscientes de los peligros que enfrentan, los familiares de estos viajeros tratan de persuadirlos de su intento por llegar a EU. “Me dijeron que me regresara para allá, pero yo les dije que no, que ya estaba en México. Además, para atrás no. Siempre hay que ir para adelante, pero para atrás nunca” dijo un salvadoreño que se negó dar su nombre por temor a las pandillas de su país.
Hay razones para desconfiar.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos mexicana sostiene que en el país se cometen al mes unos 1,600 secuestros de indocumentados, a manos de organizaciones narcotraficantes que ven en este grupo vulnerable la posibilidad de obtener ingresos extras.Recientemente, autoridades locales rescataron a 51 migrantes centroamericanos que permanecían secuestrados por Zetas --brazo armado del Cártel narcotraficante del Golfo--en un rancho en Tabasco.Padecimiento frecuente de los centroamericanos que ingresan de manera ilegal a México, este delito arroja al año más de $25 millones. Entre septiembre de 2008 y febrero de 2009 ocurrieron 198 plagios masivos en perjuicio de 9,758 indocumentados, de acuerdo a la dependencia mexicana.Lucha contra el hambreDe pronto, todos los migrantes se levantan de sus improvisados asientos y caminan. Con prisa, pero también discreción, van al otro extremo de las vías del tren. Dos mujeres bajan de un taxi, y llevan tres cacerolas con guisados, platos y vasos desechables, tortillas y un garrafón de agua.Una fila se forma justo a la derecha de esas mujeres, quienes se apresuran a servir los platos y entregárselos a cada uno de los solicitantes.Tras recibir su plato, Harry, como todos, se sienta en la banqueta a comer gustoso todo lo que hay en su plato. A ninguno le importa tener las manos sucias –como todo el cuerpo--. Ellos sólo quieren comer, e incluso forman una segunda fila para recibir otra porción de salchichas, pollo y arroz.“Nosotros lo hacemos de corazón, y le damos gracias a Dios por permitirnos hacerlo”, dijo la voz anónima de la mujer que iba en representación de un grupo que cada semana envía o lleva alimentos a los migrantes que se reúnen en “Los Patios de Lechería”.Después de ingerir sus alimentos, y de manera casi coordinada, un tren hace su aparición. Por lo menos tres hombres corren a su lado, levantan los brazos y se aferran a él, como quien atrapa sus sueños y no los quiere soltar. Después de algunos segundos, tren y hombres se pierden en la distancia.
A medio camino
Decenas de hombres y mujeres dejan todos los días Guatemala, Honduras, El Salvador o Nicaragua y luchan por llegar a la frontera sur de México. Suman 300,000 centroamericanos los que atraviesan por año el territorio mexicano en su paso hacia Estados Unidos.Tan sólo la dependencia guatemalteca encargada de la migración reportó que durante 2008, México deportó a 78,247 centroamericanos, y en 2009 la cifra ya superaba a mitad de año los 33,000.
De Chiapas a Tabasco, de Tabasco a Veracruz y de ahí al Estado de México, es así como llegan a “Los Patios de Lechería”, punto obligado en su camino al país que alberga a unos 12 millones de indocumentados.Todo este recorrido, y el restante hasta la frontera norte de México, lo hacen en trenes de carga --aproximadamente cinco--, a los cuales abordan de manera clandestina y andando, lo que según la organización Humanidad sin Fronteras puede provocarles graves accidentes como pérdida de sus extremidades e incluso la muerte.A menos de una hora de distancia de la capital mexicana y prácticamente a la mitad de su recorrido, un grupo de migrantes centroamericanos platicó a Univision.com sus experiencias en un viaje en el que llevan casi todos ellos más de 20 días.Una enorme feWilliam, de 25 años, salió de Honduras por la situación económica. “El país de nosotros es muy pobre”, aseguró, y aunque le duele mucho dejar a su familia --sobre todo por que hace dos años su hermano murió en el intento de llegar a Estados Unidos—él se ha encomendado a Dios para correr con mejor suerte.“Voy por la voluntad de Dios, y a ver cómo hago para pasarme (…) Dios nos guarde en este camino”, dijo confiado.Harry comparte esta enorme fe con William. A sus 20 años, Harry dejó Honduras en busca de “un mejor trabajo y una mejor economía”, pues su mujer tiene siete meses de embarazo. “Es la decisión más dura, dejar a la familia –dijo agachando la mirada—. No me da miedo, tengo la fe en mi Dios que no me de miedo y estoy seguro de que voy a llegar”, concluyó.Acostada sobre una cama de cartones y cubriéndose hasta el rostro con una frazada, al fondo se hallaba una mujer. Como su cara, no quiso revelar su nombre; sus sentimientos, sin embargo, sí los compartió a Univision.com.
Sin rostro, pero con dolor
Dejó Honduras porque "no hay trabajo", además de que aseguró que en su país priva un elevado nivel de violencia. Emprendió este viaje junto a su esposo, con quien no sólo comparte la aventura, sino el dolor. Sus tres hijas se quedaron en casa, al cuidado de la abuela. “Quisiera decirles que las quiero mucho, y que me hacen mucha falta”, aseguró la entrecortada voz debajo de la frazada.
Tal vez por su corta edad, Juan Diego extraña mucho a su familia. “Me gustaría saludarlos, regresar allá”. Con 17 años, salió de Honduras porque “allá pagan muy poco”. "Unas cien lempiras no alcanzan para nada. Allá todo, todo está muy caro y la moneda muy devaluada", sostuvo.Conscientes de los peligros que enfrentan, los familiares de estos viajeros tratan de persuadirlos de su intento por llegar a EU. “Me dijeron que me regresara para allá, pero yo les dije que no, que ya estaba en México. Además, para atrás no. Siempre hay que ir para adelante, pero para atrás nunca” dijo un salvadoreño que se negó dar su nombre por temor a las pandillas de su país.
Hay razones para desconfiar.
La Comisión Nacional de Derechos Humanos mexicana sostiene que en el país se cometen al mes unos 1,600 secuestros de indocumentados, a manos de organizaciones narcotraficantes que ven en este grupo vulnerable la posibilidad de obtener ingresos extras.Recientemente, autoridades locales rescataron a 51 migrantes centroamericanos que permanecían secuestrados por Zetas --brazo armado del Cártel narcotraficante del Golfo--en un rancho en Tabasco.Padecimiento frecuente de los centroamericanos que ingresan de manera ilegal a México, este delito arroja al año más de $25 millones. Entre septiembre de 2008 y febrero de 2009 ocurrieron 198 plagios masivos en perjuicio de 9,758 indocumentados, de acuerdo a la dependencia mexicana.Lucha contra el hambreDe pronto, todos los migrantes se levantan de sus improvisados asientos y caminan. Con prisa, pero también discreción, van al otro extremo de las vías del tren. Dos mujeres bajan de un taxi, y llevan tres cacerolas con guisados, platos y vasos desechables, tortillas y un garrafón de agua.Una fila se forma justo a la derecha de esas mujeres, quienes se apresuran a servir los platos y entregárselos a cada uno de los solicitantes.Tras recibir su plato, Harry, como todos, se sienta en la banqueta a comer gustoso todo lo que hay en su plato. A ninguno le importa tener las manos sucias –como todo el cuerpo--. Ellos sólo quieren comer, e incluso forman una segunda fila para recibir otra porción de salchichas, pollo y arroz.“Nosotros lo hacemos de corazón, y le damos gracias a Dios por permitirnos hacerlo”, dijo la voz anónima de la mujer que iba en representación de un grupo que cada semana envía o lleva alimentos a los migrantes que se reúnen en “Los Patios de Lechería”.Después de ingerir sus alimentos, y de manera casi coordinada, un tren hace su aparición. Por lo menos tres hombres corren a su lado, levantan los brazos y se aferran a él, como quien atrapa sus sueños y no los quiere soltar. Después de algunos segundos, tren y hombres se pierden en la distancia.
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